El régimen optó por políticas inflexibles y desplazó el tradicional pragmatismo que hizo crecer al país en las últimas dos décadas. Ahora, por primera vez desde 1990, podría tener dificultades para crecer más rápido que los Estados Unidos
NotMid 28/05/2022
ASIA
“La economía china está en peligro”, sentencia The Economist en su artículo de portada en su nuevo número. En su análisis, el prestigioso medio recuerda que en los últimos 20 años, China ha sido la mayor y más fiable fuente de crecimiento de la economía mundial: ha contribuido a una cuarta parte del aumento del PIB mundial durante ese periodo y ha crecido en 79 de los 80 trimestres. Sin embargo, alerta, Xi Jinping está abandonando el enfoque de pragmatismo que se transformó en un clásico chino tras la muerte de Mao, que mezclaba las reformas de mercado con el control estatal
El problema central es su draconiana política de “Covid Cero” que ha provocado un desplome económico. “Eso está agravando un problema mayor: la lucha ideológica del presidente Xi Jinping por rehacer el capitalismo de Estado. Si sigue por este camino, China crecerá más lentamente y será menos predecible, con grandes consecuencias para ella y para el mundo”, advierte The Economist.
Las consecuencias del cierre de Shanghái son inocultables y, además, ineficaces ya que el COVID sigue creciendo en otras ciudades como Pekín y Tianjin. “Más de 200 millones de personas viven bajo restricciones y la economía se tambalea. Las ventas al por menor en abril fueron un 11% inferiores a las del año anterior”, revela el medio. Además, aunque algunos trabajadores viven en las fábricas, la producción industrial y los volúmenes de exportación han disminuido. Por las decisiones de Xi, por primera vez desde 1990, China podría tener dificultades para crecer más rápido que Estados Unidos.
Para Xi, el momento es terrible. Pretende que en el 20º congreso del Partido Comunista que se desarrollará a finales de este año lo confirmen para un tercer mandato como presidente, rompiendo la reciente norma de que los líderes se retiren después de dos, pero sus deseos pueden toparse con la realidad: que es el principal responsable de los golpes que ha sufrido la economía china.
The Economist, de hecho, enumera los errores: el primero y más grave es su política de “Covid cero”, aplicada desde hace 28 meses. Xi insiste con que una apertura podría conducir a una nueva ola que mate a millones de personas pero con las draconianas restricciones no está logrando frenarla. Además, 100 millones de personas de más de 60 años aún no recibieron una tercera dosis de la vacuna porque se niega a importar vacunas occidentales… Imprudente e ineficaz, pero como la política de “Covid Cero” se identifica con Xi, cualquier crítica a la misma se considera un sabotaje.
Ese mismo celo ideológico, advierte el medio en sus sección “Líderes”, está detrás de la segunda sacudida, una serie de iniciativas económicas que conforman lo que Xi llama su “nuevo concepto de desarrollo”, con el que pretende abordar “grandes cambios no vistos en un siglo”, como la ruptura chino-estadounidense. Los objetivos son racionales: atajar la desigualdad, los monopolios y la deuda, y garantizar que China domine las nuevas tecnologías y se fortalezca contra las sanciones occidentales.
Sin embargo, advierte el artículo, en todos los casos Xi cree que el partido debe tomar la iniciativa, y la aplicación ha sido punitiva y errática. “Una oleada de multas, nuevas regulaciones y purgas ha provocado el estancamiento de la dinámica de la industria tecnológica, que aporta el 8% del PIB. Y una ofensiva salvaje pero incompleta contra el sector inmobiliario, responsable de más de una quinta parte del PIB, ha provocado una escasez de financiación, una de las razones por las que las ventas de viviendas cayeron un 47% en abril en comparación con el año anterior”, revela.
El régimen espera que el programa de estímulo que está en marcha le ayude a cumplir el objetivo oficial de crecimiento del 5,5% para 2022 y a calmar los nervios de cara al Congreso del Partido Comunista. El 19 de mayo, Li Keqiang, el primer ministro, instó a los funcionarios a “actuar con decisión” para restablecer el crecimiento, y el banco central recortó los tipos hipotecarios. El partido ha intentado tranquilizar a los aterrorizados magnates de la tecnología. Es probable que el siguiente paso sea un gran programa de infraestructuras gubernamentales financiado con bonos, cuenta The Economist.
“Pero más montones de deuda y acres de hormigón no obviarán la necesidad de cierres draconianos ni reducirán los riesgos del modelo económico de Xi. Se trata de ampliar el alcance de la parte menos productiva de la economía: la gestionada por el gobierno”, alerta el medio y recuerda: “No hay que olvidar todos los fracasos estrepitosos, desde las industrias del cinturón de óxido hasta los microchips”.
Mientras tanto, enumera, los incentivos de la parte más productiva de la economía, el sector privado, se han visto perjudicados: el costo del capital ha aumentado y las acciones chinas cotizan con un descuento del 45% respecto a las estadounidenses, una diferencia casi récord.
Los cálculos de los inversores y empresarios están cambiando. Algunos temen que las ventajas financieras de cualquier empresa se vean limitadas por un partido que desconfía de la riqueza y el poder privados. Los inversores de capital riesgo dicen que han pasado a apostar por las mayores subvenciones, no por las mejores ideas. Por primera vez en 40 años, ningún sector importante de la economía está siendo objeto de reformas liberalizadoras. Sin ellas, el crecimiento se resentirá, sentencia el artículo.
La economía ideológica de Xi tiene grandes implicaciones para el mundo. Aunque los estímulos podrían impulsar la demanda, es probable que se produzcan más bloqueos, lo que pondría en peligro una economía mundial que coquetea con la recesión. En el ámbito empresarial, el tamaño y la sofisticación de China hacen imposible que las multinacionales la ignoren. Pero muchas de ellas reequilibrarán sus cadenas de suministro fuera de China, como parece que está haciendo Apple, advierte The Economist.
Y vaticina que es probable que Occidente se convierta en un importador más cauteloso de productos chinos.
Agencias