“A los chicos los veo tranquilos. Eso me preocupa”, comenta con humor un directivo del club
NotMid 28/05/2022
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
A las cinco en punto de una tarde de vísperas y nervios, un helicóptero se pone a sobrevolar el estadio de Saint-Denis, sede de la final que Rusia no mereció cobijar. Más que sobrevolarlo, el aparato parece cernirse sobre el campo, escrutándolo, tratando de anticipar lo que allí pasará este sábado. No lo sabe nadie, aunque cada cual hace su pronóstico: madridistas y antimadridistas. Y ambos, que se parecen más de lo que desearían porque comparten el objeto de su obsesión, recurren a las mismas tres palabras para justificar su incapacidad para anticipar un resultado: “Es el Madrid”. Lo dicen quienes quieren que gane y quienes desean con todas sus fuerzas que esta vez pierda una final de la Champions. Ya basta de ganar orejonas, masculla el antimadridista. Y no hay tributo de admiración más sincero que ese hartazgo.
“El Madrid es el Madrid”. Esta es la tautología más famosa de las glorias deportivas, las que campean por España pero sobre todo por Europa: hasta 13 veces. ¿Qué se pretende decir cuando se recurre a esta tautología con trazas de topicazo que en ninguna fase de clasificación de la historia se ha repetido tanto como en esta, que ha sido un puro milagro, una normalización del prodigio? Se pretende confesar un temor y una fe al mismo tiempo. Se pretende decir que el Madrid es capaz de ganar cuando nada fundamenta una victoria. Cuando exactamente todo, desde el yacimiento petrolífero sobre el que se levanta un club estado hasta la avanzada edad de tus estrellas o la mera andadura del cronómetro, conspira para certificar una derrota… que no se certifica. Es el Madrid.
En el bar del hotel donde me hospedo, un majestuoso Hilton Opera, diviso a Amancio Amaro pidiendo un café en la barra. Hace cinco años comí con él y con Raúl en Cardiff horas antes de que el Madrid conquistara la Duodécima. Me dirijo a él.
-No te fíes nunca de mis pálpitos.
-¡Pero si usted es el Brujo! ¿Cree, como dicen tantos, que esta es la final más difícil de las últimas cinco?
-La más difícil es siempre la última. Desde luego la merece el Madrid: ¡mira qué tres victorinos ha dejado por el camino! Solo temo a los tres de arriba del Liverpool. Nuestra defensa no puede permitirse demasiadas alegrías…
Dejo a Amancio regateando a sus propios medios y en el mismo hall me topo con Isabel Díaz Ayuso. A Miguel Ángel Rodríguez se le ve confiado pero la presidenta madrileña opta por una felicidad prudencial: “Ganaremos por los pelos, pero ganaremos. El avión se vuelve de París con sobrepeso: el peso de la Decimocuarta”. En realidad se está conteniendo, el cuerpo le pide vaticinar una goleada, pero ella sabe que conviene no cargar las encuestas en campaña electoral.
“ME PREOCUPA LA TRANQUILIDAD DE LOS CHICOS”
Es el Madrid, murmuran todos. Una expresión lacónica, sentenciosa: a unos los condena a la resignación y a otros a la euforia. Los jugadores, en cambio, rebosan serenidad. “A los chicos los veo muy tranquilos. Eso me preocupa”, comenta con humor un directivo del club. Le pregunto por el efecto Mbappé. “En todo caso ha sido un acicate para unirlos aún más”, me contesta. Esta idea de la unidad, la satisfacción ante una plantilla plural en edades y en nacionalidades que parece haberse criado dando patadas en un solar abandonado de Chamartín, recorre la planta noble del Bernabéu. El estadio cambia de piel pero conserva el hambre de siempre. El apetito de ganar se sigue inculcando exitosamente de generación en generación, y hoy Vinicius, Valverde, Rodrygo o Camavinga jugarán su primera final con la bendición de los veteranos a su derroche de personalidad. ¿Mbappé? El único astro francés que importa en París hoy es Karim Benzema. “De Mbappé nadie se acuerda. Los jugadores están todos unidos para continuar haciendo historia. El ambiente es impresionante. Es el equipo más unido que he visto en todos mis años. Da igual que sean jóvenes o veteranos”, afirma un importante directivo.
¿Qué une a esta plantilla más que a las anteriores? Tan estúpido sería no extrañar a Cristiano Ronaldo como ignorar el desequilibrio que imponía su figura. No es sencillo encajar desahogos como el que se permitió sobre el césped aún tibio de Kiev, con la Decimotercera recién conseguida. Hoy el vestuario es más igualitario. La sabiduría mediterránea de Ancelotti equilibra los ánimos de todos, y todos se lo agradecen. Pero además hay factores exógenos que ayudan a cohesionar a un plantel por el que nadie apostó a principio de temporada. Nadie los veía jugando este partido. Se faltó al respeto a jugadores de leyenda, aunque ellos repitan que no juegan para callar bocas. Esa es una emoción demasiado vulgar para Modric o Kroos.
El Real Madrid pisa París, la ciudad donde se ideó la Copa de Europa, con orgullo de fundador. Las amenazas veladas de Ceferin -quién es Ceferin- solo acrecen el turbio deseo de recibir otra orejona de sus manos. Y sí, en un fútbol de jeques y oligarcas puede que cada día se vuelva más difícil ser el Madrid. O el Barça. O la Juve. O el propio Liverpool. Pero ya decía Manuel Alcántara que hoy es siempre todavía. Así que todavía podemos decir, más que nunca, estas tres palabras: “Es el Madrid”.
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