Adam Michnik siempre ha defendido la libertad de conciencia del individuo por encima de todo y, lo que es más complicado, la ha ejercido
NotMid 12/05/2022
OPINIÓN
ALOMA RODRÍGUEZ
El periodista y ensayista polaco Adam Michnik ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2022. Michnik, entre otras cosas, fue el fundador y director de Gazeta Wyborcza, periódico que desde sus orígenes ha ejercido de auténtico contrapoder (por ejemplo, en 2007 publicaron un informe que demostraba las intenciones del ministro de Educación de retirar de las lecturas obligatorias a autores como Gombrowicz, Kafka y Dostoievski y así se logró parar).
En 2007, el editor y ensayista Ricardo Cayuela, supo que Michnik estaba en México –lo supo el día antes de que se fuera– y lo entrevistó para la revista Letras Libres. Esa entrevista está recogida en La voz de los otros (junto con otras entrevistas de Cayuela a intelectuales contemporáneos). Es emocionante leer a Cayuela hablar de Michnik como un héroe, «es lo más cerca que he estado en mi vida de alguien hecho de esa madera escasa», escribe en la entradilla.
En la entrevista habla de Polonia, de Rusia, de Putin y de los populismos, de por qué no es exacto culpar al pueblo polaco del Holocausto: Polonia estaba ocupada por los nazis, no había Estado polaco, precisa. Sobre el asunto, mantuvo un intercambio con Leon Wieseltier en Letras Libres. Es una conversación de la que hoy, quince años después, se siguen aprendiendo cosas y continúa sirviendo de guía para entender el mundo contemporáneo y tal vez errar menos a la hora de analizarlo. También para ver en qué se equivocaba entonces Michnik, por ejemplo, en un optimismo con respecto a Rusia al decir que «Los problemas reales son –y serán– con el totalitarismo islámico, no con Rusia.» Acertó parcialmente, quizá porque subestimaba a Putin.
Adam Michnik nació en Varsovia en 1946, el premio reconoce su labor como defensor de los derechos humanos, su firme oposición a la dictadura comunista, que lo encarceló en varias ocasiones y por temporadas largas, «la primera vez, por organizar unas jornadas de discusión junto al filósofo Leszek Kolakowski, quien no tardaría en tomar el camino del exilio, y la segunda, por la imperdonable pretensión de montar una obra de Adán Mickiewicz, el romántico decimonónico. Incapacitado por las autoridades para trabajar como historiador, se desempeñó como obrero, donde entró en contacto con las semillas de lo que sería el movimiento de Solidaridad de Lech Walesa», escribe Cayuela.
Michnik marcó las claves para una buena transición en Polonia: emancipación del ciudadano del Estado, de la Iglesia católica y respeto a la memoria histórica. Con respecto a esta, señalaba en la entrevista con Cayuela, «hay que entender que la tendencia del poder, de todo poder, es manipular la memoria histórica, pero si tenemos libertad de expresión, si no hay un monopolio desde el poder de la memoria colectiva, no es un drama: es un debate, una lucha intelectual». De manera un poco inexplicable, no hay muchos libros traducidos de Adam Michnik, cuya firma no es desconocida en medios españoles. Sus Cartas desde la prisión y otros ensayos, publicados en Jus, son inencontrables; en 1993 siglo XXI publicó La segunda revolución y la editorial Acantilado ha anunciado la reedición de un volumen de 2013, En busca del significado perdido. La nueva Europa del Este. Michnik siempre ha defendido la libertad de conciencia del individuo por encima de todo y, lo que es más complicado, la ha ejercido.
TheObjective