NotMid 05/05/2022
EDITORIAL
El 85% de la población mundial vive en países donde la libertad de prensa ha mengado en los últimos cinco años, el mismo periodo en el que 400 periodistas han sido asesinados por desempeñar su trabajo. Este lúgubre panorama enmarcó ayer el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La última muestra de tan inquietante lacra se registró el pasado jueves en la visita del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, a Kiev, cuando un bombardeo ruso acabó con la vida de Vira Hyrych, periodista de la estadounidense Radio Liberty. «Este es el saludo de Vladimir Putin», resumió al instante con desgarradora ironía el alcalde de la ciudad, desde la evidencia de que periodistas de todo el mundo son un objetivo preferente del sátrapa ruso en su deriva asesina. Desde enero, Ucrania ha sido el país más mortífero para los informadores (siete desde el inicio de la guerra). En 2021 fueron 45 los asesinados en todo el mundo.
Además de por los reporteros fallecidos, el ejercicio del periodismo sufre una inaceptable agresión a través de legislaciones restrictivas de la libertad de expresión y de prensa: la ONU contabiliza 57 nuevas leyes en 44 países con una terminología imprecisa y castigos desproporcionados desde 2016, instrumentos formalmente legales para silenciar al informador disidente y de los que no quedan al margen los países desarrollados. Recuérdese el intolerable señalamiento de líderes de Podemos hacia periodistas que no ejercen de altavoces del Gobierno, y sus propuestas de un control político de los medios y hasta del reemplazo de la prensa de propiedad privada por voceros estatales.
En las democracias liberales, el ordenamiento constitucional y el autocontrol de los medios de comunicación plurales garantizan un apropiado desarrollo del deber de informar y del derecho a ser informado verazmente. La función del Gobierno no es fiscalizar a la prensa -cuyo papel es irremplazable en el control del ejercicio del poder-, sino favorecer la transparencia informativa con el fin de evitar la proliferación de fake news, capaces de desestabilizar la democracia. El periodista nunca debe ceder a intereses espurios.
El periodismo libre y responsable es un bien común, un patrimonio al que no puede renunciar la democracia. Sin el trabajo diario -y hasta el sacrificio de la propia vida- de los periodistas, la sociedad está condenada a reproducir los regímenes totalitarios o iliberales en donde la ideología sustituye a la verdad.
ElMundo