El presidente es capaz de desacreditar al CNI y de subordinar a su interés cortoplacista el reglamento de las Cortes
NotMid 28/04/2022
EDITORIAL
Los españoles no se merecen el espectáculo que se vivió ayer en la sede de la soberanía nacional. Y no porque se produjera un debate vivo o bronco, sino porque precisamente no se produjo. No hay vigor suficiente para denunciar la sumisión bochornosa del Legislativo al Ejecutivo: es decir, de Batet a Sánchez y a sus mezquinos cálculos parlamentarios para convalidar sus decretos. Con tal de complacer a sus socios antisistema, el presidente es capaz de desacreditar al Centro Nacional de Inteligencia y de subordinar a su interés cortoplacista el reglamento de las Cortes, los últimos consensos en pie entre los dos grandes partidos, la reputación de nuestros funcionarios de seguridad nacional y la comisión de secretos oficiales.
Los ciudadanos asisten atónitos al chantaje en directo de los enemigos del Estado al Gobierno de España. Y comprueban que, en vez de salir en defensa de las instituciones de todos, el sanchismo cede a la extorsión de los separatistas, entrega una nueva porción de terreno institucional, profundiza en la impunidad de los indultados y compra acríticamente el relato victimista nacido de una información groseramente sesgada publicada por un medio extranjero.
Quizá esto último sea lo más grave, por el irreparable daño que inflige tanto a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado como al crédito interior y exterior de nuestra Justicia. ¿Pero cómo es posible que el Gobierno del Estado se avergüence de la labor de sus servicios de inteligencia? Aquí solo hay dos opciones: o Margarita Robles miente cuando afirma que toda tarea de vigilancia realizada en España está amparada por la ley, o bien dice la verdad. Si miente, que se pruebe. Y si dice la verdad, ¿a qué peligroso juego juega su jefe al dejarla sola?
Sabíamos de la animadversión que Podemos y el independentismo profesan desde antiguo a Robles, precisamente porque detectan en ella la clase de compromiso con el Estado que no se somete fácilmente a las presiones antijurídicas del populismo. Y quizá también porque ella no es una ministra nacida en una tertulia ni ascendida en virtud de lealtades orgánicas o favores personales: a diferencia de demasiados miembros de este Gobierno faraónico y aun así inoperante, Robles era juez con 23 años, fue la primera española en presidir una audiencia y llegó a magistrada del Supremo. No necesita de la política para cobrar una buena nómina. Como ministra ha tenido aciertos y también errores, pero quizá un día se dé cuenta de que haber puesto su prestigio al servicio de Sánchez fue el peor de todos ellos.
La soledad parlamentaria de la ministra de Defensa ayer, mientras Aragonès exigía su cabeza desde Cataluña, era un grito de acusación a Sánchez. ¿Por qué ningún otro compañero del Consejo de Ministros la arropó cuando salió a defender la dignidad del Estado? ¿Ha dado el presidente la orden de marginarla para contentar a Rufián, Belarra y compañía? Sobre todo: ¿hasta qué patético grado de debilidad va a llegar un Gobierno precario, dividido y desacreditado ante sus socios radicales, mientras pretende dar lecciones de política de alianzas a la oposición? Porque depender de ERC o Bildu hasta la humillación no es solo problema de Sánchez: afecta por desgracia a todos los españoles.
ElMundo