¿Vibraremos con las jugadas en los estadios construidos sobre los cadáveres de los miles de parias del mundo?
NotMid 24/04/2022
OPINIÓN
EDUARDO LAPORTE
La palabra genocidio se usa hoy con demasiada ligereza. Como la de terrorismo. Es peligroso trasladarlas a otras realidades, a otras tragedias, porque se perdería la gravedad original. Se minimizaría el horror del Holocausto o se mitigaría el drama de la socialización del dolor que durante demasiadas décadas causó a la sociedad vasca, navarra y española en general.
¿Los miles de muertes de trabajadores inmigrantes en la construcción de estadios para el inminente Mundial de Catar, desde 2010, podrían considerarse genocidio? ¿Genocidio laboral? ¿Hay antecedentes al respecto? ¿Las pirámides del Antiguo Egipto? Quizá aquellos esclavos contaron con mejores condiciones laborales que estos pobres desgraciados procedentes del Asia que no emerge tanto como creemos: Sri Lanka, Bangladés, Paquistán, India, etc.
A The Guardian debemos la revelación de esos abusos, el conocimiento de datos calamitosos como las jornadas de entre 18 o 19 horas, las jornadas de calor extremo, el agotamiento inhumano que iba segando vidas, cada día, en víctimas de este ¿genocidio? que no recibían siquiera una autopsia que determinara la crueldad de su destino. «Muerte natural».
¿Qué sabemos de Catar? En los mapas se nos aparece como una península hacia arriba, erecta, como una piña no tropical sino de piñones, en medio de la nada, en medio de todo, de los recursos naturales. Catar es gas, petróleo, perlas y la renta per cápita más alta del mundo. Catar es el país más horrible que he visitado, me dijo una periodista hace poco. «No volvería por nada del mundo». No es fácil ser mujer en Catar, ni tampoco obrero de la construcción. A priori, no hay problemas para la mujer turista en Catar, claro que dicha mujer no verá más mujeres, al menos autóctonas. ¿Dónde están las mujeres catarís? Como en toda la región, Emiratos Árabes incluidos, recluidas en sus casas, en esa suerte de secuestro social que resulta la cultura islámica para la mujer. Conviene recordarlo.
Llegados a este punto, ¿seremos capaces de sacar las vuvuzelas contemporáneas, de celebrar con jacarandas, alharacas, albricias y zapatetas varias los goles de nuestra selección favorita? ¿Vibraremos como en un anuncio de cerveza veraniega ante las habilidosas jugadas de los briosos jugadores en las diversas fases del otoñal Mundial de Catar en los estadios construidos sobre los cadáveres de los miles de parias del mundo?
Nunca simpaticé con la idea del boicot. Lo asocio al terrorismo más chusco que rechaza los productos franceses de cuando la policía del país vecino comienza a detener etarras. El gran que se jodan. Que se jodan los franceses, todos. Txakurra. ¿Que se jodan los cataríes? ¿Que se joda el fútbol? ¿Que se joda la selección española? ¿Qué hacemos con Catar?
No me gusta la idea del boicot, pero sí me seduce la posibilidad de hacer política de lo cotidiano, de lo que está a nuestro alcance, porque ese a la postre es nuestro radio de acción, de participación. Nuestra manera de cambiar el mundo se dirime ahora con esas pequeñas decisiones, con esos compromisos minúsculos.
Oponerse al Mundial de Catar significa rechazar la barbarie moderna. ¿Servirá de algo? ¿Seremos capaces? ¿Veremos de tapadillo los goles definitivos de Ferran Torres en el estadio Lusail? El Mundial se celebrará con o sin nuestro boicot. Pero la idea de darle la espalda, de no ser cómplice de ese brutalismo humanitario, aunque solo sea como horizonte moral, no deja de ser hermosa. Poética. Y podremos perder todo, menos la poesía. Gol de Mbappé.
TheObjective